A lo largo de la historia la isla de Pascua no ha desvelado nunca ninguna de sus incógnitas. No deja de ser asombroso que en una pequeña isla del Pacífico confluyan tantos enigmas.
Se lleva más de un siglo de investigación por parte de arqueólogos y antropólogos, y el resultado son conjeturas, hipótesis, cábalas; certezas ni una sola.
La isla de Pascua está situada en el océano Pacífico, a 27º 8’ 6’’ de latitud sur, y 109º 54’’ de longitud oeste. El punto más próximo de la costa americana se halla a 3518km y por el otro lado son 2037km los que la separan de Picayo la isla más cercana de la Polinesia. Apenas mide 160km de extensión y en su forma triangular su trecho más largo es de 24km. Las montañas más elevadas de la isla de Pascua son tres volcanes apagados.
Posiblemente los primeros habitantes que hubo en esta isla llegaron a estas costas escabrosas traídos por una tormenta, o empujados en contra de su deseo por la corriente ecuatorial del sur. Y aquí se quedaron, porque no tuvieron otro remedio.
Fue en 1722 cuando el holandés Jakob Roggeveen, al mando de tres barcos piso la isla el día 6 de abril de ese año. El día de la Pascua de Resurrección, por lo que la bautizó con el nombre de la Isla de Pascua.
Hay unos habitantes en la isla de Pascua, que permanecen impasibles a cualquier cambio desde hace mucho tiempo. Unos habitantes silenciosos a los que los siglos han ido colmando de misterio, los Moais.
Hasta el momento han sido catalogados 1006 sin embargo se cree que hay muchos más enterrados. Por supuesto es un misterio mundialmente conocido, el más grandilocuente y que ha traspasado todos los confines de la tierra. Sin embargo seguimos sin conocer su verdadero significado.
Algunos, sobre todo los arqueólogos hablan de monumentos funerarios. Posiblemente se trate de personajes ilustres que se han reencarnado transitoriamente en estas figuras. Otros consideran que son demasiados Moais y muy iguales para componer esa representación de difuntos ilustres.
Otros descubrimientos escultóricos en la isla permiten afirmar que la apariencia de los moais es intencionada. No obedece a ignorancia anatómica alguna, si no que sus escultores representaron aquello que querían simbolizar, es decir un ser o unos seres de cabeza deforme, de larga nariz, largas orejas delgados labios y mandíbula prominente. Después un cuello apenas insinuado, seguidamente un cuerpo rollizo, con un voluminoso vientre al que parece sujetar unas manos de larguísimos dedos. Nada más. Estás efigies extrañas carecen de piernas. Están hechas para descansar sobre un pedestal como un monumento.
¿Pero, un monumento a quien? Nadie hay con esta aspecto físico. Parece como si el primer escultor hubiera querido ensalzar a un individuo concreto. Después con el paso de los tiempos, otros escultores se ha limitado a copiarle.
Otra posibilidad naturalmente podría ser la de la idea, de un concepto abstracto plasmado vagamente en una figura casi humana. ¿Quizás una deidad? ¿Quizás un espíritu?
También podría tratarse de un héroe épico, quizás un ser mitológico, quien sabe si pudo tratarse del primer forastero que puso el pie en la isla.
Algunos sugieren alguna posibilidad incluso más fantástica, no encontramos ante la representación de seres no humanos, ¿procedentes quizás de la estrellas?
El motivo que tuvieron los antiguos pascuenses para llevar a cabo este titánico ahínco tuvo que ser muy transcendental, ya que el labrado de estos moais significa un esfuerzo difícil de comprender a día de hoy.
En la cantera del volcán Rano-Raraku, de donde se sacaban los moais, existen hoy día más de 390, que están en diferentes fases de tallado. Desde algunos que están completamente acabados y que se encuentran a los pies del volcán para ser trasladados hasta su lugar de ubicación, hasta otros que se hallan unidos todavía a la piedra original en la ladera del volcán.
La elaboración de los moais se llevaba a cabo con una herramienta llamada Toki, que no era otra cosa que una especie de martillo de basalto con el que golpeaban la piedra.
En principio puede parecer una tarea fácil, la roca volcánica es porosa y en apariencia fácilmente trabajable, sin embargo eso es la capa externa, pues en cuanto traspasaban aquella primera capa, los pascuenses tropezaban con una piedra casi tan dura como el mismo basalto. Sin embargo eso no supuso un obstáculo para ellos.
Día tras día iban perforando la ladera del volcán abriendo un pasillo entrono a lo que sería el moai. Colocados en ese pasillo tallaban esa figura hasta dejarla casi completamente terminada. Solamente la espalda quedaba sin acabar, porque se hallaba unida a la roca por una especie de quilla. Llegado el momento se rompía la quilla y el moai era trasladado hasta abajo, al pie de la ladera. Allí era puesto en pie la espalda era esculpida y perfectamente pulida, quedando el moai dispuesto para ser llevado a otra parte de la isla.
Pero, estamos hablando de traer, llevar, trasladar, como si ello no tuviese trascendencia, y el traslado de los moais es uno de los misterios más peliagudos de la isla de Pascua. Muchas de estas estatuas pesan 30,40 o 50 toneladas y en ocasiones se llevaban a distancias de 15 o 16 kilómetros de distancia, a puntos muy lejanos, sin embargo el peso parecía no importarles demasiado.
Uno de los moais inacabados mide 22 metros. Puesto en pie eso equivale a un edificio de siete plantas. Y ese moai, como los demás iba a ser llevado a varios kilómetros de distancia. ¿Pero cómo? La respuesta arqueológica es inmediata, avance de rodillos, cuerdas y centenares de hombres arrastrando.
Es verdad que hace siglos en la isla de Pascua hubieron árboles, pero ¿tantos y tan gruesos como fueron necesarios?
El suelo fértil de la isla alcanza unos 50 cm de profundidad en el mejor de los casos, no lo habría tolerado. Además ¿Cuántos arboles hubiesen hecho falta? Porque además de esos 390 moais que existen en el Ranu-Raraku, hay otros seis cientos y pico distribuidos por toda la isla, más de mil moais.
Además cuantos hombres harían falta para arrastrarlos, 300,400, más. ¿Y por cuanto habría que multiplicarlos al llegar al primer desnivel?
Igualmente existe otra razón, que parece lógica ¿por qué construir una figura tan enorme, cuando con una ocho veces más pequeña hubiese hecho la misma función?
Iban solos, decían los viejos pascuenses. Se movían por el Mana, una especie de energía espiritual mágica de la que ellos los moais eran condensadores. Es una respuesta irracional, la gente civilizada no podemos aceptarla, pero lo cierto es que no tememos una mejor.
Si analizáramos uno a uno, cada moai tiene su misterio, sus particularidades. Existe uno en especial en la ladera del volcán Ranu-Raraku, que como el resto permaneció enterrado hasta el cuello. Hasta que en 1957 llegó la expedición de Thor Heyerdal. Estos expedicionarios tuvieron la idea de desenterrarlo y se toparon con una sorpersa. En el pecho de este moai muestra un extraño dibujo grabado, un velero de tres palos. Verdaderamente la sorpresa fue mayúscula, pues este moai llevaba muchos siglos cubierto de tierra hasta el cuello. ¿Quién grabo ese velero? ¿Que designaba? ¿Era una embarcación Totora, de los isleños, hecha de juncos? ¿O fue tal vez la alusión dramática de la llegada del hombre blanco a la Isla de Pascua en el siglo XVIII?
No se sabe, realmente se trata de un ínfimo enigma, casi una anécdota como tantas otras en el gran misterio de la isla.
Pero existe otro detalle interesante. Todos los moais están mirando hacia el interior de la isla, es decir no tienen un uso figuradamente defensivo, no están ahí para intimidar al visitante extranjero. Posiblemente sea así, porque ese Mana, esa energía que se concentraba en cada estatua, ya fuera propia o prestada por los difuntos era trascendental para la isla.
De esa forma, dispuestos en círculo alrededor de toda la isla, dispersaron toda la costa de figuras, sintiendo que con cada nueva estatua aumentaba su bien estar, su poder espiritual, su fuerza. Inspirados de que estos colosos de piedra harían más fértiles a sus mujeres, sus campos y alejaría a las enfermedades. ¿Pero a costa de que tesón? Las figuras traídas desde muy lejos, tenían que ser colocadas de pie en unas bases redondas de piedra a varios metros de altura. Y finalmente era preciso poner encima de sus cabezas el Tocaos, esculpido en otra cantera diferente y con un peso de entre 4 y 5Tm., una labor de ingeniería que hoy produce fascinación.
La función de estos sombreros, es muy ambigua, no se ponen de acuerdo los expertos. Algunos piensan que podría ser el vestigio de un peinado, que haría referencia al antiguo color rojizo del pelo de los antepasados pascuenses. Para otros podría simbolizar un complemento para el Mana, esa energía misteriosa, que queda concentrada en los moai.
Estos colosos de piedra son parte del pasado de la isla de Pascua. Un pasado que ya era historia cuando vinieron aquí los primeros europeos.
Después de ellos, o por culpa de ellos, llegó el cataclismo y el infortunio. Los dos pueblos más importantes de la isla se enfrentaron en una batalla inmisericorde. Campesinos y pescadores tuvieron que combatir, y hubo escasez de alimentos, y el hambre les condujo al canibalismo.
Los que subsistieron condenaron el pasado y derribaron todos los moais, alegando que fueron ellos los que trajeron aquella infamia. Pero al realizarlo no volvió la prosperidad, ni la abundancia, pues se había perdido el Mana. La isla de Pascua ya no fue la misma, ni lo volvería a ser a lo largo de los tiempos futuros.
Fortuna y gloria...
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