Durante 3000 años los sacerdotes constructores crearon uno de los centros místicos más importantes del mundo, Egipto.
Cuando se habla de misterios egipcios uno de los primeros que viene a la mente, sino el primero, es la maldición de los faraones sobre aquellos que turbaban su sueño. Cosa que ningún arqueólogo quiere creer, pero que ha hecho correr ríos de tinta.
Pero cuando tomó realmente cuerpo, cuando se convirtió en portada de titulares de todo el mundo, fue a raíz de la retahíla de muertes que siguieron al descubrimiento en 1922 de la tumba de Tutankamón.
El 4 de noviembre de 1922 los obreros de Howard Carter hallaron los primeros escalones de una tumba. Los escalones descendían hasta la tumba que tenía los sellos intactos y que como Carter imaginaba no había sido profanada. La piqueta abrió un agujero que dejó ver un heterogéneo montón de objetos entre los que no faltaba el oro. Todo estaba en desorden pero aparentemente no faltaba nada del ajuar funerario.
La cantidad y calidad de aquel tesoro depositado para que el faraón se sirviese de él en otro mundo, superaba todo lo imaginable.
Pese a tan valiosas ofrendas, es de creer que el espíritu de Tutankamón no estaba muy satisfecho y que su cólera encerrada durante 32 siglos, libre a medida que caían las paredes de la tumba, buscó venganza en aquellos que habían interrumpido su descanso.
Eso es lo que pensaban los obreros, a lo que atribuyeron que una cobra devorase en su jaula al canario de Howard Carter que tanto apreciaba.
Un siniestro aviso que se vio confirmado cuando el 5 de abril de 1923 murió en extrañas circunstancias el propio Lord Carnarvon y poco después Arthur Meis del museo metropolitano de Nueva York que inicialmente había participado en la excavación.
Ya no eran solo los obreros, los periodistas hablaban ya de una maldición y si como los hechos quisieran confirmarlo Georges Bénédite del museo del Louvre moría súbitamente en la entrada misma de la tumba.
Pero solo era el principio, en los siete años siguientes más de veinticinco personas relacionadas directa o indirectamente, con la profanación de la tumba murieron.
Unos en aparente muerte natural y otras en absurdos accidentes o por suicidio.
Venganza, el espíritu de Tutankamón descansó al fin tranquilo.
Naturalmente, la maldición es más que discutible, ni si quiera puede hablarse de algo que emponzoñase el aire estancado de la tumba, ni esporas, ni gérmenes, ni veneno pulverizado, porque las muertes se debieron a las circunstancias más variadas.
Lo lógico es atribuir esa acumulación de fallecimientos a la funesta casualidad y a la exageración de los periodistas. Sin embargo una de ellas la primera, precisamente la de Lord Carnarvon, estuvo rodeada de tantas circunstancias misteriosas, que uno tiende a pensar, si al final de todo no es posible que tal maldición existiese.
No se sabe de que murió, porque aunque en su certificado de defunción figure la neumonía como causa, lo cierto es que se habló de la picadura de un mosquito o de una septicemia producida por un corte al afeitarse.
En textos más recientes se afirma incluso rotundamente que murió de histoplasmosis.
Pero esa enfermedad producida por el histoplasma capsulatum, es una enfermedad de curso crónico, y Lord Carnarvon murió en ocho días.
Fuese cual fuese la causa de su muerte, lo cierto es que cuando estaba devorado por la fiebre en su habitación del Hotel Continental Saboy, pronunció varias veces lleno de pavor, que un pájaro le estaba arañando la cara. Algo aparentemente absurdo, pero que tiene sentido, porque durante el primer periodo intermedio del antiguo Egipto, estaba extendida una maldición para los profanadores de tumbas que decía exactamente esto:
“El pájaro Nekhebet destrozara con sus garras el rostro de quienes profanen una tumba”.
¿Causalidad? tal vez, pero no es la única frase extraña que pronunció. Unos instantes de morir, dijo algo parecido a he oído su voz y le sigo.
Bueno, no son estas las únicas casualidades que hacen de la muerte de Lord Carnarvon algo muy especial como ahora comprobaremos.
A la 1 y 45 minutos de la madrugada del 5 de abril de 1928, Lord Carnarvon expiraba. Y en ese preciso instante todo el Cairo se quedó a oscuras. Un apagón que duró cinco minutos y que hoy 84 años después nadie ha podido explicar cómo se produjo y mucho menos como se arregló solo.
Y otra casualidad, cuando Lord Carnarvon fallecía, más o menos a la misma hora en su casa natal en Inglaterra a miles de kilómetros de distancia, su perra fox terrier Sussan, empezó a aullar lastimeramente y cayó muerta como fulminada.
Lo mejor es no creer en las maldiciones pese a todo, y atribuir estos extraños sucesos, a los misterios que hay en esa tierra extraña.
Fortuna y gloria...