Ochate, cuya terminología en el antiguo eusquera significa “puerta secreta o del frío”.
La dramática historia del lugar se compone de sucesos que se remontan a tiempos prácticamente medievales.
Generación tras generación se ha venido hablando de ellos, uniendo la voz popular el fenómeno de la maldición con la presencia de inexplicables manifestaciones paranormales.
El nombre de Goate (puerta de arriba) aparece por primera vez en 1134, dentro de la Nómina de San Millán, como referencia a un pequeño poblado que contaba con quince almas por aquel entonces. Un siglo más tarde se construyó la torre que hoy por hoy es el único vestigio del antiguo Ochate.
En 1254 la aldea parecía haber sido tragada por la tierra. Incompresiblemente, ningún dato sobre ella vuelve a aflorar hasta bien entrado el siglo XVI. De aquella época oscura sólo parecen haber sobrevivido las hileras de tumbas que rodean el pueblo. Sepulcros para albergar, por su reducido tamaño, a niños o gente extraordinariamente pequeña.
En 1557 Ochate era un despoblado, estaba vacío por primera vez en su historia. La emigración de sus habitantes hacia otras aldeas, o su muerte y desaparición, dejaron abandonado el pueblo maldito.
Y así lo estuvo hasta 1750. En aquel año, el censo daba referencia de seis habitantes en el lugar. Pero el crecimiento y la prosperidad alcanzada por Ochate durante el pasado siglo le hicieron convertirse, en el lugar más poblado de toda la comarca. Es precisamente en este periodo cuando comenzó a desarrollarse la supuesta maldición. Confluirán escalonadamente, y en tan sólo una década, diversas epidemias que arrasarán toda la población. En 1860 se extendió la viruela, de la que apenas sobrevivieron una decena de personas. Cuatro años después el tifus se propagaría con una virulencia devastadora, volviendo a dejar baldío de vida el lugar. Tras esa plaga, Ochate volvió a repoblarse rápidamente, pero el triangulo mortal se completaría fatalmente cuando, en 1870, una epidemia de cólera fulminante sumió para siempre a las gentes que intentaron en vano reconstruir la alquería. El pequeño cementerio de la localidad no dio abasto con los cadáveres y se decidió enterrar casi todos los cuerpos en la vaguada que forma el centro de la aldea.
El pueblo quedó absolutamente deshabitado y una gran interrogante pululó por sus viejas construcciones intentado desvelar el misterio de las tres inexplicables epidemias. ¿Cómo era posible que solamente afectaran al pueblo de Ochate sin perjudicar la salud de ningún otro habitante de las aldeas cercanas? Nadie pudo pasar por alto la aparente selección que la enfermedad había realizado con el lugar respetando el resto.
Ochate, como confirman todos y cada uno de los legajos eclesiásticos, siempre permaneció en constante comunicación con las poblaciones vecinas a través de víveres, aguas, medicinas, ganado y transito humano. Es inconcebible que tres plagas de enfermedades altamente contagiosas por este tipo de vínculos sólo llenaran de muerte las entrañas del pueblo maldito. Los habitantes de las localidades cercanas, ajenos a las plagas, se convirtieron en meros observadores de la rápida aniquilación de Ochate. Todos, viendo aquel paraje rebosante de ruinas y cadáveres, creyeron firmemente en la sobrenatural condena que parecía haber llegado hasta aquel apartado lugar.
Fortuna y gloria...